En recuerdo de Paco Fernández Buey,
uno de los fundadores de Izquierda Unida
Estos días he pensado mucho en Anguita. Verlo
entrar y salir de los hospitales me llena de inquietud y de rabia, sí,
de una inmensa rabia. Conozco en primera persona el contexto político y
orgánico donde se quebró su corazón. Un nombre lo dice todo: Maastricht,
es decir, el Tratado de la Unión Europea allí rubricado. Fue una caza
al hombre solo comparable a la sufrida por el último Suárez. Todos los
poderes unificados por la Moncloa y guiados por la “caja de
herramientas” de Prisa se pusieron a la tarea de demonizar a una
persona y descalificar a una ‘forma-política’ que rompía las reglas del
juego fijadas por los poderes en la transición. Nada de esto hubiese
sido posible sin la complicidad de una parte de IU, desde siempre, obsesionada por gobernar con el PSOE.
Lo de Maastricht dice mucho del proyecto que Julio ideó y organizó.
Informarse bien, discutir mucho y luego decidir, haciéndolo desde
nuestros principios, desde nuestros valores y desde nuestro modo de ver
el mundo y la política. ¿Por qué decidimos rechazar el Tratado de la
Unión? Porque llegamos a la conclusión de que este era incompatible con
la izquierda, con las políticas económicas, sociales y sindicales de
izquierdas. Así de claro. Lo dijimos y llegamos aún más lejos: tampoco
serían posibles las propuestas clásicamente denominadas
socialdemócratas.
Dos décadas después esto queda meridianamente claro. Fijémonos en la Francia de Hollande. El Partido Socialista llegó al ejecutivo con una propuesta contraria a la austeridad y de rechazo del Tratado de Estabilidad. No solo no cumplió sus promesas sino, como se demuestra con el nuevo gobierno Valls,
va a llevar hasta el final lo que nunca se atrevió la derecha francesa.
¿Puede extrañar en un contexto como este el reciente triunfo electoral Marie Le Pen?
Creo que no. Es la consecuencia lógica de una izquierda sin imaginación
y sin principios que ha terminado, desde un europeismo simplón y tonto,
considerando la nación, la soberanía popular y la independencia
nacional antiguallas de una historia ya felizmente terminada al
servicio de una Europa alemana.
Sigue estando pendiente, sin embargo, definir con precisión el tipo
de novedad que inicia la IU de Anguita. Si hubiese que destacar su
rasgo básico, este seria el de proyecto autónomo. A la izquierda del todopoderoso partido de Felipe González
aparecía un proyecto que criticaba a fondo y desde la izquierda las
políticas neoliberales y que se proponía construir una fuerza
alternativa capaz de ser mayoría, gobierno y poder. En el centro: una
denuncia consistente del bipartidismo político (imperfecto, es decir,
con la derecha catalana y vasca) como un modo de organizar el poder
para impedir que pudiese existir una alternativa de izquierda a la
altura de los tiempos y de las necesidades de la gente.
Como era fácil suponer, el problema central desde el comienzo fue el PSOE y eso que se llamó la unidad de la izquierda.
El esquema dominante era muy conocido: una “derecha” y una “izquierda”
que se turnaban en el gobierno al servicio de los poderes económicos,
teniendo a la monarquía como eje aglutinante y mecanismo de
“moderación”, es decir, garantía última de que nunca se superarían los
‘limites’ de lo pactado. El discurso de Felipe González funcionaba con
mucho éxito: impulsar la modernización capitalista del país teniendo
como norte y guía el Mercado Común Europeo. Esa era la única política posible de la izquierda. Todo lo demás era marginalidad, dogmatismo y conservadurismo.
El problema que desde el primer momento tuvo que afrontar IU fue
cómo desmontar un discurso, una teoría y una práctica que se
presentaban como izquierda y que hacían políticas de derecha, cada vez
más a la derecha, y que tenía detrás una parte sustancial de los medios
de comunicación. La idea central fue la de programa, programa y
programa. Se trataba, desde lo concreto y desde abajo, de definir
propuestas, ensayar estrategias e idear discursos capaces de vertebrar
una fuerza política y social, un movimiento capaz de construir otra
política y otras formas de ejercerla, mejor dicho, nuevas formas de
hacer política como instrumento que hiciera posible una política
alternativa a las neoliberales dominantes.
Ahí estaba todo y lo discutimos en profundidad. El declive de la
socialdemocracia, la crisis de la forma-partido, la reflexión a fondo
sobre los nuevos movimientos sociales (pacifismo, feminismo, ecologismo
político) y su papel en la construcción de una alternativa a lo
existente; la crisis de la política y su conexión con la Europa
neoliberal; los cambios en el capitalismo y el paso al postfordismo;
nuevas formas organizativas y la importancia de la elaboración
colectiva para la acción consciente. Se podría continuar. Un proyecto
innovador, radical y alternativo que se medía en la acción y que
combinó con mucha sabiduría crítica, alternativas y formas nuevas de
organizar la política. Todo ello, merece la pena subrayarlo, antes de
la ‘caída del Muro’ y la debacle del comunismo histórico.
No es este el momento de hacer historia y explicar un retroceso tan
duro. Si algo nos dice la experiencia, nuestra experiencia, es que las
únicas batallas que realmente se pierden son las que no se dan y que
nada muere del todo cuando se tienen raíces sociales profundas,
voluntad y coraje moral. Hoy IU, de nuevo, tiene una oportunidad
histórica. Hemos resistido en condiciones muy difíciles y el proyecto
sigue vivo, muchas veces, a pesar de nosotros mismos. También, de
nuevo, aparecen los viejos atavismos y los riesgos de un tacticismo
cada vez más ciego, so pretexto, ahora, justamente ahora, de defender
unas siglas que nadie cuestiona, en momentos —de ahí la enorme
contradicción— donde el proyecto histórico de IU puede ser mayoritario.
A estas alturas no podemos engañarnos ni engañar. Antes como ahora
los problemas, los dilemas, las contradicciones de IU y de una parte
sustancial de la izquierda europea, siguen siendo los de (casi)
siempre: alternativa (al sistema) o alternancia (en el sistema);
voluntad de mayoría o fuerza complementaria del social liberalismo;
ruptura democrática o enésima restauración borbónica; apostar por lo
nuevo que crece y se desarrolla o seguir en la vieja seguridad de los
pequeños poderes a la espera de un día final que no llegará o lo hará
por su peor lado.
Una de las enseñanzas más profundas que aportó y que sigue aportando Julio Anguita
a la política fue la coherencia entre lo que hacía y decía, la ética
pública como valor de una práctica que quería ser liberadora. Su IU, la
de todos nosotros, sigue viva porque nos hizo a todos y a todas más
dignas, dio voz a los que no la tenían y siempre definió un proyecto de
país basado en una sociedad de hombres y mujeres libres e iguales
comprometidos con la emancipación: las Res pública. Confundir todo esto
con el logotipo electoral nos hace pequeños e inútiles.
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