domingo, 14 de septiembre de 2014

Europa no sabe cómo salir del ajuste.

El continente sigue con cifras cada vez más alarmantes de recesión, deterioro de servicios sociales y pobreza, pero el dogma conservador sigue instalado como la única verdad para la economía.

Desde París

La “izquierda realista”, el “social liberalismo”, la “izquierda reformista y de futuro”, los muchos nombres con los que se designa a los gobiernos socialistas europeos –pasados o presentes– se traducen en una misma política, cuya pertinencia se incrustó en el corazón de la crisis política. Esto es, austeridad, recortes y ahorros drásticos a todos los niveles como ingredientes del cóctel liberal que le UE sigue proponiendo a las sociedades. La aberración económica continúa como espina dorsal de la política europea. La sanción a esta política queda plasmada con cada publicación de los índices de crecimiento sin que los dirigentes contemplen modificar el rumbo. El fin del verano europeo y la consiguiente avalancha de realidades no inmutan a los dirigentes. El primer ministro francés Manuel Valls reiteró que estaba “excluido cualquier cambio de política”. Las estadísticas, una vez más, vinieron a refutar la pertinencia de esa línea. El organismo Eurostat publicó a mediados de agosto los índices catastróficos de crecimiento para los 18 países de la zona Euro. Durante los tres primeros meses del año, el crecimiento del PBI se limitó a un 0,2 por ciento, muy lejos de las estimaciones de los analistas. Bruno Cavalier, economista en Oddo Securities, comentó al vespertino Le Monde que “incluso si la UE salió de la recesión desde hace cinco trimestres, el reequilibrio del PBI no es suficiente como para disipar el riesgo de una recaída”.

Allí donde se mire hay una laguna estancada. Las tres primeras economías de la zona Euro, Alemania, Francia e Italia, se encuentran en estado durmiente: el PBI de Alemania retrocedió en 0,2 por ciento, el de Francia quedó en cero mientras que Italia, con un 0,2 por ciento negativo, cayó en recesión. El extenso ciclo de una política monetaria muy restrictiva, sumado a la austeridad presupuestaria, desembocó en un nuevo camino sin salida. La ortodoxia y el dogmatismo de las finanzas prevalecieron sobre los intereses de los pueblos. El euro y el ideal de las elites comunitarias de un déficit no superior al tres por ciento del PBI aplastaron el desarrollo. Como lo señaló el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz en una columna publicada por el portal Mediapart, “es evidente que, bajo su forma actual, el euro conduce al fracaso del continente”.
Otro Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, también puso en tela de juicio la política de austeridad impuesta por la clase dirigente europea. Según Krugman, “mucha gente seria se hizo embrujar por el culto a la austeridad, por esa creencia según la cual los déficit presupuestarios constituyen el peligro inmediato más identificado y no el desempleo en masa. Muchos creen que la reducción de los déficit resolverá en cierta forma un problema provocado en primer lugar por los excesos del sector privado”. Hasta los liberales norteamericanos reaccionan con hostilidad. The New York Times atacó de forma frontal ese rasgo continuo de los europeos: el diario escribió que son “políticas erróneas de los dirigentes europeos que se obstinan en aplicar en desmedro de todas las pruebas de que se trata de un mal remedio”.
Tras varios años sin otro horizonte que el de la austeridad, el único cambio significativo ha sido el giro liberal de los socialdemócratas europeos. Los males que la austeridad debían combatir siguen presentes: desempleo, déficit, crecimiento, reactivación económica, desendeudamiento de los Estados. Una vez más, Francia es un magnífico ejemplo de la mudanza ideológica y pragmática de los socialistas europeos. Hace unos días, el premier Valls calificó de “irresponsables” a los dirigentes socialistas que ponen en tela de juicio la política del gobierno. Luego, en una extensa entrevista-programa del presidente francés publicada por el vespertino Le Monde, François Hollande dijo que no había “escapatoria”. El golpe de gracia vino con el cambio de gobierno y el consiguiente apartamiento de los líderes más a la izquierda que formaban parte del Ejecutivo y el nombramiento de un banquero de la banca Rothschild, Emmanuel Macron, como ministro de Economía.
Las promesas de antaño fueron reemplazadas por expresiones como “la verdad”, “la lucidez”, “la sinceridad”, o sea, más austeridad, más reformas, más concesiones a las patronales. Sin embargo, a escala continental ya nadie cree en que austeridad conduzca a alguna forma de bienestar posterior. La empresa Gallup realizó un sondeo de opinión cuyos resultados muestran que los europeos no tienen confianza en esa panacea. Ante la pregunta “¿La austeridad consigue resultados en Europa?”, el 51 por ciento respondió negativamente.
El sacrificio impuesto a las sociedades no hizo mover las agujas. Las del desempleo, en primer lugar. La tasa de desempleo se eleva al 10,5 por ciento en los 28 países de la Unión Europea. En Francia, el paro afecta al 10,4 por ciento de la población activa; en Portugal (con cinco planes de austeridad), al 15,2; en España (cuatro planes de austeridad), al 25,3; en Italia, al 12,7; en Grecia (diez planes de austeridad), al 26,7; y en Alemania, al 5,1. Las disparidades entre los países son enormes. En cuanto a la deuda pública global, la camisa de fuerza de las políticas de rigor presupuestario ha sido un fracaso: a finales de 2011, la deuda estatal de los países de la zona Euro había subido en 2,3 puntos del PBI. A principios del año pasado, la deuda se incrementó en 4,9 puntos.
El impacto social de esta política tiene también consecuencias en otros sectores. Un informe elaborado por el comisario europeo para los Derechos Humanos en el Consejo de Europa, Nils Muiznieks, revela los estragos paralelos de esta casi dictadura de la austeridad: educación, salud, alimentos, acceso al agua, trabajo o vivienda, la lista de los sectores dañados es enorme. El informe, titulado “Preservar los derechos humanos en tiempos de crisis”, revela también que el ochenta por ciento de la población mundial está afectada por la disminución de los gastos públicos (5,8 mil millones de personas). El famoso proyecto de construcción europea se quedó sin relato colectivo, sin discurso político. Su único mensaje consiste en pedirle a la sociedad más y más esfuerzos en nombre de un futuro que ningún dirigente del Viejo Continente ha sido capaz de diseñar. La continuidad grisácea de la austeridad predomina sobre cualquier invención política o económica.

Fuente: attacmadrid.org

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